Apuntes para una historia de Colombia desde una perspectiva evoliana

05.08.2019

Colombia, como entidad histórica, es una creación artificial producto de las revoluciones liberales. En realidad, deberíamos constatar que la fragmentación a la que están sometidas las naciones hispanoamericanas es la consecuencia final de un proceso de descomposición absoluto que ha destruido la unidad ecuménica de la Cristiandad y que repite, paso por paso, los mismos acontecimientos y principios que han llevado a la catástrofe a la Europa moderna. Como muy bien lo señaló el filósofo italiano Julius Evola, en su interesante obra Rebelión contra el mundo moderno, el principio nacionalista es en su esencia una rebelión antiimperialista en contra del poder sacral del soberano (1), y en ella podemos encontrar la inscripción de una lucha memorable entre dos principios  metafísicos antitéticos que adopta, en el marco concreto de la historia, la forma de dos partidos políticos: el gibelino y el güelfo. Evola señalaba que la Luz del Norte, el verdadero origen Sagrado de la Tradición, adoptó la forma del gibelinismo imperial, mientras que su opuesto degenerado, la Luz del Sur, tomaba partido por el triunfo de lo singular, material y degenerado sobre lo sagrado y universal. A estos dos principios, que enfrentaron a los emperadores y al papado en sangrientas guerras que acabaron con el desmoronamiento de la Edad Media, podemos agregar su continuación histórica en el marco de una lectura concienzuda de nuestra propia realidad. El principio gibelino, gótico, que conformó la grandeza del Imperio Español bajo los Austrias es, para nosotros, el principio constitutivo de la hispanidad como un todo. En cambio el guelfismo adoptaría la forma de las “tres cofradías” anti-hispánicas que, como señala el historiador Salvador de Madariaga, estarían en el origen de la destrucción de la idea imperial (2), sin embargo debemos mencionar que para nosotros, no se trataría simplemente de grupos sociales o clases, sino de fuerzas concretas unidas a los principios de disgregación conectados al materialismo, al humanismo y el liberalismo que terminaron por triunfar en la realidad histórica americana.

Ahora bien, estos territorios americanos fueron bautizados y anexados a las Españas de los Reyes Católicos y los Austrias cuando, navegando por las costas del Mar Caribe, Rodrigo de Bastidas fundó la ciudad de Santa Marta en 1525. Este descubrimiento de las playas colombianas, junto con las sucesivas expediciones venidas desde el Perú y las costas caribeñas, abrió los territorios del norte de Suramérica para la expansión del Imperio de Carlos V. Esto es importante, pues la figura que resume de forma arquetípica al colombiano es el conquistador español, heredero en el Nuevo Mundo del caballero cruzado de la Reconquista. Esta nobleza, nacida del derramamiento de sangre y convertida en la clase dirigente de las Américas, fue la base social que reorganizó – bajo la espada, el derecho romano y el Imperio – a las disgregadas tribus indoamericanas. Desde el principio, este Nuevo Mundo estaba destinado a ser la tierra de la Santa Cruz en un momento en que Europa ya mostraba los primeros signos de decadencia, provocados por los movimientos anarquistas y proto-comunistas nacidos del humanismo renacentista y el igualitarismo protestante.

De este modo América, y Colombia en particular, se convirtió en el salvavidas de la Europa decadente. Como han señalado muy bien un número importante de historiadores, los conquistadores españoles eran hombres medievales, herederos de la hidalguía española. Por otro lado, las órdenes religiosas que vinieron América por primera vez, los franciscanos, agustinos y dominicos promovían una espiritualidad contemplativa y ascética que retomará las máximas del heleno-cristianismo medieval. Este regreso a la contemplación estuvo dirigido por Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Así fue como el misticismo español se opuso al espíritu racionalista y mecanicista que empezaba a triunfar en el resto de Europa. En lo político y social, España se situaba del lado del Imperio y del gibelinismo, guiada por los Austrias. Carlos V y Felipe II defendieron, incluso por las armas, la unidad de la cristiandad y los derechos del emperador sobre las fuerzas disolventes de la Modernidad que estaban causando la destrucción de Europa. No sorprende que Carlos V invadiera Roma y que su hijo continuará con su política antiprotestante. El Siglo de Oro español fue, como escribió alguna vez Oswald Spengler, “cuando el espíritu español conquistó el Renacimiento” y “el imperio de los Habsburgo españoles fue la realización del ideal de los Hohenstaufen”, por el contrario, señala Spengler, “el Concilio de Trento sería la realización de las ambiciones del Papado” (3).

Mientras tanto, en América se comenzó a formar una sociedad señorial que gravitó principalmente alrededor del Virreinato del Perú y del Virreinato de la Nueva España, estos dos Virreinatos desarrollaron una poderosa aristocracia bastante robusta que ha sobrevivido hasta hoy. En Colombia, lamentablemente, la colonización española no fue hecha por una nobleza de alta descendencia, como sucedió en el Perú, sino que fue realizada por campesinos. La inmigración española a Colombia, junto con sus determinaciones geográficas y climáticas, giró alrededor de la fundación de ciudades y villas pequeñas, comunidades agrícolas separadas por los accidentes geográficos, mientras la evangelización de sus territorios era llevada a cabo por franciscanos y dominicos.

Ya en este período colonial comienza a diferenciarse la clase hidalga guiada por Jiménez de Quesada y Belalcázar, que se asientan en las montañas y el centro del país, de las poblaciones marítimas compuestas, en su mayor parte por judíos y moriscos expulsados de la Península. Es así como los estamentos comerciantes de la Colonia comenzaron a tener auge. Especialmente la población judía sefardí que, una vez fue expulsada de España, terminó refugiándose en Holanda y, posteriormente, fundó el Banco de Inglaterra con el ascenso de Cromwell. Ahora bien, la zona telúrica, gibelina, aristocrática e imperial de Colombia se conformó alrededor del Reino de la Nueva Granada y el sur del país, desde Popayán hasta Pasto, que durante mucho tiempo fueron territorios pertenecientes al Virreinato del Perú. En cambio, alrededor de Cartagena de Indias comenzó a penetrar en nuestras tierras la influencia protestante y comercial, impulsada por los enemigos de la corona española. Es importante tener esto en cuenta, pues las ciudades comerciales y marítimas estuvieron directamente conectadas al naciente capitalismo bancario. Recordemos que Venezuela fue fundada por Nicolás de Federmann, un explorador al servicio de la familia de banqueros Welser. Federmann era protestante y la colonia que fundó fue la primera colonia protestante en América. Así fue como por esta clase comercial y filo-protestante empezó a filtrarse el espíritu güelfo en las colonias americanas.

De este modo se fueron configurando dos sociedades contrapuestas: una agraria, señorial, autárquica, telúrica y montañosa y otra marítima, comercial, capitalista, liberal e igualitaria que poco a poco iría inundando e infiltrándose en el Hinterland hasta dominarlo por completo. No obstante, el proceso de penetración y destrucción de la Colombia tradicional se aceleró a principios del siglo XVIII. Con el cambio de siglo cambió la dinastía: los Austrias son reemplazados por los Borbones, y desde Francia empezaron a llegar los diferentes males que habían resquebrajado la conciencia tradicional europea. A todo esto, hay que agregarle las reformas jurídicas borbones que fueron destruyendo el tejido social interno, modificando y reprimiendo los antiguos fueros y libertades para adaptarlos al absolutismo ilustrado.

El afrancesamiento trajo consigo el jansenismo y el galicanismo, el racionalismo y la Ilustración. Así fue como los fundamentos espirituales tradicionales españoles fueron liquidado por la influencia francesa. El jansenismo introdujo las ideas protestantes dentro del catolicismo, mientras que el galicanismo sometió a la Iglesia al poder temporal. La moralidad católica y sus principios fueron minados por la nefasta influencia jesuítica que inoculo la devotio moderna en las grandes masas, relajó las costumbres e instauró el permisivismo jurídico. Debe recordarse que la devotio moderna hace primar la acción sobre la contemplación, reemplaza las experiencias unitivas del alma con Dios por el sentimentalismo sin forma, y líquida la moral heroica y ascética con el igualitarismo sin ningún contenido. La devotio antiqua, por el contrario, era el heleno-cristianismo, heredado de la Edad Media, mientras que la devotio moderna es el cristianismo semita igualitario. Las nefastas teorías sobre la gracia jesuitas relajaron las costumbres. Con ellos se impusieron en teología las ideas molinistas y casuísticas que hoy día dominan dentro de la Iglesia. El molinismo revivió el pelagianismo, es decir, el hombre natural, el espíritu sin gracia. La moral casuística flexibilizo los principios religiosos, haciendo proliferar en el interior de la sociedad las malas tendencias imperantes en el alma humana: el orgullo sin control promovió el igualitarismo social (la jerarquía es crimen, las riquezas son signos de desigualdad, el poder es injusto, la monarquía es corrupta y solo la democracia es un sistema digno de gobierno) y el sensualismo degeneró en anarquismo y permisivismo (no deben existir leyes, principios ni valores, el alma debe someterse a los impulsos del cuerpo, animalización del hombre por medio del gozo de los bienes materiales) (2).

Sin embargo, esta fue solamente la antesala de los terribles acontecimientos que siguieron. Con el siglo XVIII, la mentalidad ilustrada comenzó a dominar los nuevos Virreinatos y capitanías fundadas por los Borbones. La Capitanía General de Venezuela comenzó a prosperar gracias al comercio marítimo, impulsada por los grandes mercados de café. La raíz protestante de sus instituciones, unidas a las relaciones con los bancos internacionales, harían del territorio venezolano la plataforma de expansión de todos los movimientos revolucionarios del continente. A esto se sumaron los intereses judíos sefardíes, fundadores de los centros comerciales de Londres y la Haya, que entregaron a los piratas ingleses y holandeses las rutas comerciales españolas que ellos mismos controlaban. Con ello buscaban destruir el dominio español del Nuevo Mundo. Al judaísmo se unió la masonería y el jesuitismo revolucionario. La masonería inglesa comenzó a dominar la creciente clase comercial de Caracas y Buenos Aires, mientras los jesuitas patriotas como Vizcardo y Guzmán – quien escribió la famosa Carta a los españoles americanos – alentaban la Independencia de América de España. En cuanto a la Iglesia, las lealtades se dividieron entre una alta jerarquía compuesta de obispos y curas realistas peninsulares que apoyaron a la corona y un bajo clero criollo que adoptó el discurso republicano y liberal para combatir a la corona española, siendo estos últimos “los caudillos revolucionarios, tanto militares como políticos, y su elección de a quien debían lealtad era a menudo decisiva para determinar la de grandes sectores de la población” (4). La masonería y los banqueros londinenses financiaron los movimientos independentistas. Los próceres patriotas contrataron miles de mercenarios alemanes e irlandeses. En cambio, la resistencia realista se compuso de criollos leales e indios que lucharon contra los revolucionarios. En el Virreinato de la Nueva Granada, la Independencia, liderada por los güelfos, giró alrededor de Venezuela, las élites masónicas de Bogotá y Popayán y la anglófila Cartagena de Indias. Mientras que la resistencia gibelina española gravitó alrededor de Pasto y de la Santa Marta señorial, apoyada sobre los pueblos indígenas fieles al Reino y enemigos de la Ilustración. La Venezuela liberal e ilustrada, apoyada por Gran Bretaña, logró imponerse sobre la resistencia realista y aplastó el Virreinato del Perú que era el centro contrarrevolucionario y realista de Sudamérica.

Con el triunfo de la Independencia, la masonería se impuso en los países del antiguo Imperio Español, dividiéndolos artificialmente, destruyendo su unidad y promocionando el liberalismo y el librecambismo en el pensamiento y la economía. Durante las guerras de la Independencia fueron masacradas las élites eclesiásticas y los monasterios destruidos (cuando acabaron los procesos de Independencia el único obispo que quedaba era el aristocrático José Manuel de Goyeneche). Los aristócratas fieles al rey fueron expulsados o asesinados como Agualongo y el Cacique Cisneros. Y el pueblo campesino e indígena, que estaba conformado por pequeños propietarios fue sometido al latifundio de los liberales, creando una nueva clase política fruto de la aristocracia negra masónica mezclada con familias de comerciantes adinerados y sacerdotes republicanos. Esta nueva clase política se enriqueció con la expropiación de los bienes de la Iglesia y los resguardos indígenas.

A lo largo del siglo XIX, la oligarquía colombiana se dedicó a destruir la sociedad antigua y colonial, impulsados por las ideas masónicas liberales y socialistas. Fueron destruidos los conventos, expulsadas las órdenes religiosas, aplastados los últimos reductos del cristianismo latinista conformados por la burocracia conservadora de Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo y Marco Fidel Suárez. Estos últimos, después de las largas guerras civiles, lograron recuperar el poder e instauraron la Regeneración como último intento de reconstruir la patria bajo los principios latinos hispánicos. No obstante, la Regeneración fue combatida con brutalidad por la oligarquía masónica organizada alrededor de la logia La Estrella del Tequendama. A principios del siglo XX, las fuerzas liberales y socialistas desencadenaron la guerra civil más violenta de nuestra historia, La Guerra de los Mil Días. Destruyeron nuestra economía y entregaron Panamá a los Estados Unidos. Con esto, se generalizó la corrupción y la disolución modernista continuó su avance. Las castas terminaron por mezclarse, el igualitarismo socialista y de raíz marxista organizó guerrillas revolucionarias por todo el continente. El jesuitismo rojo, abanderado del modernismo y después de la teología de liberación, pretendió convertir a los curas en comisarios, las parroquias en koljovs comunistas y los fieles en camaradas de la revolución. Finalmente, las instituciones financieras internacionales terminaron por someter a nuestras naciones a la usura masiva, la creación de bancos centrales y la imposición de la moneda. Con el aumento de la violencia y la guerra en el campo colombiano, fruto de la Violencia generada por los odios políticos, Colombia se sumió en el caos. El campesinado fue sometido a un genocidio generalizado, expulsados de sus tierras mientras las ciudades fueron convertidas en inmensos campos de concentración. Así que el campesinado, la base racial y cultural de Colombia, terminó siendo masificado por la vida urbana, privado de sus costumbres y tradiciones culturales, degenerando en el individualismo sicarial y el hombre sin horizontes.

Ahora Colombia, víctima de la izquierda guerrillera, anestesiada por una falsa derecha y destruida por los sistemas económicos internacionales, ha llegado al final de la decadencia de la Edad de Hierro. Con el dominio del mundo cibernético y la sustitución de nuestra alimentación por organismo biotecnológicos, nos acercamos al dominio de los robots y la muerte del espíritu. El liberalismo, la masonería, la democracia, el comunismo, el capitalismo y el marxismo cultural han sido las distintas planchas usadas por los enemigos del imperio español para destruirnos espiritual y materialmente. Hoy día Colombia se encuentra postrada: nuestra unidad religiosa está siendo minada por el protestantismo pentecostalista, mientras que el neomarxismo indigenista, liderado por Venezuela y Bolivia, destruye las últimas ruinas de la sociedad colonial.

Por fin hemos llegado al final del ciclo histórico y frente a nosotros se abre una disyuntiva profunda: el conducir la guerra para restaurar el regnum o seguir el ciclo lógico de la degeneración final de la modernidad (el triunfo del simulacro, la postmodernidad, los hombres sin atributos y la estructuración de una sociedad de parias). La historia nos enseña que los antiguos godos, que hace tiempo recorrieron las estepas de Eurasia para finalmente asentarse en España, eran los portadores de la Luz del Norte, es decir de los principios metafísicos de la gnosis hiperbórea. Y es así como esta Luz, que jamás se apagó del todo, que brilla a través de los siglos, permanece encerrada en nuestro interior lista para brillar una vez más e iluminar nuestro camino. Esta destrucción provocada durante tanto tiempo sólo podrá ser parada cuando los Hombres de la Trascendencia, los Justos de la historia, se rebelen contra el mundo moderno, entonces la “raza de cobre” hispánica destruirá a sus enemigos: será la Resurrección de los Héroes, la coronación de los Reyes, el triunfo de la Virgen Solar y sus Profetas. Acabo por ahora este esbozo general de la historia de Colombia que deberá ser sometido a crítica.

Notas:

  1. Julius Evola, Rivolta contro il mondo moderno, Bocca, Milano, 1951, pág. 368 y siguientes, donde Evola hace un recorrido histórico de la descomposición de la unidad europea fruto de las fuerzas disgregadoras de la modernidad: el humanismo renacentista, el igualitarismo protestante y la rebelión güelfa de las comunas y ciudades contra la autoridad imperial.
  2. Salvador de Madariaga, Auge y Caída del Imperio Español en América, Espasa-Calpe, Madrid, 1979. Sobre todo el capítulo XV de este libro, donde las tres cofradías se refieren a los judíos, masones y jesuitas, enemigos acérrimos del mundo hispano.
  3. Oswald Spengler, Preußentum und Sozialismus, München, 1920, pág. 26-27.
  4. John Lynch, América Latina, entre Colonia y Nación, Crítica, Barcelona, 2001, págs. 189-190.
  5. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contrarrevolución, Perú, Tradición y Acción, 2005, pág. 31, también ver pág. 66 y sig.